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img_dario.jpgDatos Biográficos:

El poeta nicaragüense, la figura más representativa del Modernismo, vivió intensamente los cuarenta y nueve años de su existencia. Viajó por casi toda Hispanoamérica, estuvo varias veces en España, donde entabló una fecunda amistad con los grandes del momento - Machado, Unamuno, J.R. Jiménez, ... -, residió en París ... Conectó en fecha muy temprana con las nuevas corrientes poéticas y con la literatura francesa.

Su personalidad fue difícil y compleja: apasionado, errabundo y bohemio, vitalista e idealista, entregado con fruición a las mujeres y al alcohol, religioso y pagano, con arrebatos de euforia y con caídas en profundas depresiones. Pero también fue un hombre bueno, amigo de sus amigos, generoso y entrañable

Su poesía

La poesía de Rubén Darío aglutina perfectamente todas las características del Modernismo. En lo formal, el cromatismo, la sonoridad y el ritmo. En los temas, lo exótico, lo mitológico y también su mundo interior arrebatado o desgarrado. Poesía que llama la atención por la versatilidad: frívola e intrascendente, sensual, patriótica, grave y angustiada. Siempre buscó la belleza por medio de la palabra; para él estaba claro la supremacía del Arte por encima de todos los intereses humanos.

 

CANCIÓN DE OTOÑO EN PRIMAVERA

 

Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer... 

Plural ha sido la celeste 
historia de mi corazón. 
Era una dulce niña, en este 
mundo de duelo y de aflicción. 

Miraba como el alba pura; 
sonreía como una flor. 
Era su cabellera obscura 
hecha de noche y de dolor. 

Yo era tímido como un niño. 
Ella, naturalmente, fue, 
para mi amor hecho de armiño, 
Herodías y Salomé... 

Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer... 

Y más consoladora y más 
halagadora y expresiva, 
la otra fue más sensitiva 
cual no pensé encontrar jamás. 

Pues a su continua ternura 
una pasión violenta unía. 
En un peplo de gasa pura 
una bacante se envolvía... 

En sus brazos tomó mi ensueño 
y lo arrulló como a un bebé... 
Y te mató, triste y pequeño, 
falto de luz, falto de fe... 

Juventud, divino tesoro, 
¡te fuiste para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer... 

Otra juzgó que era mi boca 
el estuche de su pasión; 
y que me roería, loca, 
con sus dientes el corazón. 

Poniendo en un amor de exceso 
la mira de su voluntad, 
mientras eran abrazo y beso 
síntesis de la eternidad; 

y de nuestra carne ligera 
imaginar siempre un Edén, 
sin pensar que la Primavera 
y la carne acaban también... 

Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer. 

¡Y las demás! En tantos climas, 
en tantas tierras siempre son, 
si no pretextos de mis rimas 
fantasmas de mi corazón. 

En vano busqué a la princesa 
que estaba triste de esperar. 
La vida es dura. Amarga y pesa. 
¡Ya no hay princesa que cantar! 

Mas a pesar del tiempo terco, 
mi sed de amor no tiene fin; 
con el cabello gris, me acerco 
a los rosales del jardín... 

Juventud, divino tesoro, 
¡ya te vas para no volver! 
Cuando quiero llorar, no lloro... 
y a veces lloro sin querer... 
¡Mas es mía el Alba de oro!


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